martes, 30 de septiembre de 2014

DE BODEGAS POR MENDOZA, ¡CHIN, CHIN!

Mendoza embriaga. Esta tierra de viñedos y poca lluvia, es una parada obligatoria para los amantes del vino, y con lo que a nosotros nos gusta el pimple, teníamos que perdernos entre barricas. Para ello, alquilamos un coche en la capital mendocina y, mapa en mano, arrancamos el motor de nuestro ford ka para ir en busca del mejor vino argentino.
Llegamos sin problema a la Bodega Familia Zuccardi, donde brindamos con un buen Emma, en honor a nuestra sobrina, tocaya de la dueña. Después de la cata, dimos un bonito paseo entre los viñedos de la familia, descubriendo los tipos de uva diferentes que emplean para el vino, incluida la fantástica Malbec.
Fue como estar por unas horas en Falcon Crest, aunque sin aquellos baños de espuma que se daba la malísima Ángela Channing... Nos sorprendió el tamaño de las viñas, que nos parecieron altísimas en comparación a las españolas.
Con el paseo entre viñas, nos merecimos poder disfrutar de unos deliciosos ágapes en el restaurante de la propia bodega. No faltaron las empanadas, que para los argentinos son como para nosotros las croquetas, todo un clásico. Continuamos con una buena selección de carne argentina a la parrilla: vacío, costilla, lomo, bife... Probamos todas las partes comestibles de la vaca, y juro que creí reventar.

Al día siguiente el plan seguía siendo comer y beber, que después de tres meses, echábamos de menos las comidas en el txoko... Visitamos la prestigiosa bodega Catena Zapata, donde hicimos una visita guiada muy interesante, y una mejor cata.
Resulta curiosa la arquitectura del edificio, en forma de pirámide maya. Nos contaron que decidieron construirla de este peculiar modo para diferenciarse de las bodegas europeas.  Tras un viaje a Guatemala, uno de sus dueños encontró la inspiración y decidió crear una bodega única y diferente, con sello sudamericano.  Es por ello, que todos los vinos de Catena Zapata exportados, lucen esta pirámide en su etiqueta.
En cuanto a vinos, destacamos el D.V. Catena, del viñedo Nicasia, y si encima escuchas la voz de Cecilia cantando un tango mientras lo degustas, para qué quieres más...

Con la compra de un Nicasia bajo el brazo, nos marchamos contentillos hacia Ruca Malén, un restaurante premiado, de éstos que sacan platos grandes y raciones pequeñas. Lo escogimos para celebrar nuestro primer añito de casados (¡sino de qué tanto desparrame!), y la experiencia de comer en miniatura resultó excelente.
Salimos de allí tan llenos que, a falta de un gin tonic para bajar el papeo, sólo queríamos tumbarnos en un sofá. Como boas constrictor, fuimos en busca de alojamiento,  y acabamos durmiendo en una preciosa cabañita a buen precio.
Llegó el lunes y Canelón me sorprendió con un buen desayuno casero, ¡qué bonita forma de empezar el día! Fuera de nuestra cabaña relucía el sol así que, recogimos todo tan rápido como pudimos y salimos hacia la bodega Salentein, donde nos tomamos unas copichuelas con vistas a la elegante bodega. El tiempo parecía detenerse...
De allí, fuimos derechítos a La Posada del Jamón, disfrutando por el camino del bello paisaje natural del Valle de Uco. Quien nos alquiló el auto nos recomendó comer en la Posada y la verdad es que nos pusimos lilis... ¡y a un precio económico!
Esa noche, a pesar de que el frío no apretaba mucho, hicimos fuego en nuestra nueva cabaña y brindamos con un Nicasia. Nos acostamos piripis y contentos, y no nos hizo falta contar ovejas para caer rendidos, dormimos como niños. A la mañana siguiente, nos esperaba un rico desayuno con vistas a los Andes, todo un lujazo.
Nuestro periplo vitivinícola llegaba a su fin pero, aún teníamos un día más de crápulas, así que lo aprovechamos a tope. Caminamos por senderos cercanos a Chile, y acabamos de picospardos en la bodega La Azul, comiendo al aire libre en un ambiente cálido y moderno. Y nunca mejor dicho, nos pusimos azulitos...¡Nos encantó! Buenísima comida, vinos ricos, sitio maravilloso y muy buen trato hicieron que fuera una comida redonda.
Con unos kilos de más, llegó el momento de dejar el vino, devolver el coche y empezar a catar de nuevo el agua. Condujimos hasta Mendoza disfrutando de la naturaleza de estas tierras amables y secas, pensando en el próximo camino que tomaríamos. Viajar sin rumbo fijo, con la libertad de poder decidir cambiar de ruta en el último momento, es una de las sensaciones más placenteras de este viaje loco. Hoy brindo por los caminos de pista, las copas de vino y las cabañas de los Andes. Por los sueños que, cuando menos te lo esperas, van y se cumplen.
Esta escapada para celebrar nuestro primer aniversario de casados, ha podido realizarse gracias a la Fundación Guillermo Niebla, que hizo una generosa donación a Canela&Canelón.  Mil gracias.

DATOS PRÁCTICOS:
- Hostal en Mendoza: Jaque Mate, 140 pesos por persona en habitación compartida. El hostal está muy nuevo.
- Alquiler del coche: Álamo, 431 pesos por día con seguro a todo riesgo.
- Visita a bodegas: de 40 a 200 pesos.
- Las Cabañas de Nico, en Tupungato, 250 pesos.
- Cabañas La Dulce, 250 pesos. 

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viernes, 26 de septiembre de 2014

CRUZAMOS A ARGENTINA, BOLUDOS!!!

Llegó la hora de despedirse de Bolivia, y qué mejor manera de hacerlo que en un hospital... Nos acercamos al centro de salud de Tupiza, donde un médico cachondo que adoraba los pequeños pueblecitos de nuestra tierra, le quitó a Canelón los puntos recibidos a causa del brutal mordisco de la piraña asesina.

Finiquitado este asunto de salud, cogimos una combi hacia Villazón, donde aprovechamos para hacer acopio de tabaco, tiritas y otras provisiones, pensando que en Argentina todo iba a ser más caro.

Esta vez, cruzamos la frontera a pie, y tras cinco pasos allí estaba, la bandera blanca y azul celeste que anunciaba que nos encontrábamos en un nuevo país. Podían apreciarse, desde tan pronto, pequeñas diferencias, como carteles de "se venden empanadas" por todos lados, gentes de pelo y ojos más claros, y por supuesto ese acento argentino inconfundible.
Ya en La Pampa, nos dirigimos a la estación de autobuses para coger uno hacia Salta, y confirmamos lo que ya sabíamos: ¡son carísimos! Pero no quedaba otra, así que nos tocó pagar más de lo esperado. Eso sí, están muy bien conservados y son comodísimos, con espacio suficiente para piernas largas.

Desde el bus, contemplábamos el paisaje con la sensación de estar en otro mundo... Las carreteras estaban en buen estado y bien iluminadas, las casas eran de ladrillo, los semáforos americanos... Todo era una mezcla entre Europa y EEUU, muy diferente al resto de países sudamericanos visitados.

En Salta, las diferencias se acentuaron aún más. Las tiendas de estilo europeo, con preciosos escaparates, incitaban al consumo. Las bonitas terrazas de los bares y restaurantes invitaban a sentarse a tomar algo. Los hoteles eran más chic, la gente vestía trendy, y todo era mucho más caro...
Por suerte para nuestro bolsillo, nos topamos por el camino con el bar El Farito, famoso por sus empanadas a buen precio (60 céntimos de euro), y como era hora de almorzar y las tripas hacían ruido, tuvimos que probarlas. Simplemente deliciosas, y acompañadas de una Quilmes bien fresquita, ni te cuento..
Después caminamos y nos perdimos por las calles. Durante esos días, Salta celebraba una fiesta religiosa muy importante para la ciudad, según los argentinos, la procesión a pie más grande del mundo, lo que explicaba la gran presencia policial.

Con motivo de la fiesta, habían instalado un gran mercadillo al aire libre justo en frente de nuestro hostel, en el que pudimos cenar un "super pancho" por 10 argentinos, o sea, un hot dog gigante por un euro.

En Argentina es muy común que los hostels tengan cocina comunal, así que al día siguiente tocó ir de supermercados para poder cocinar. Compramos ensalada, pues llevábamos tiempo sin tomarla por miedo al agua empleada para su limpieza y, ¡cómo no!, un poco de carne argentina. Pagamos 3 euros y estaba rebuena, con mucho sabor y muy tierna. Lo sentimos por nuestras vacas pero el eusko label no siempre es lo mejor...
Y así, con buen sabor de boca y ganas de más, partimos al día siguiente rumbo a nuestra próxima parada: Mendoza, la tierra del vino. ¡El siguiente post viene con nota de cata!
DATOS PRÁCTICOS:
- Bus Villazón Salta, 190 pesos.
- Hostal en Salta: Salamanca Hostel, 300 pesos. Cocina, wifi y desayuno.

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miércoles, 24 de septiembre de 2014

LAGUNAS, LLAMAS Y EL SALAR DE UYUNI...

El salar de Uyuni es, probablemente, el mayor atractivo turístico de toda Bolivia. Son muchos los viajeros que contratan un tour desde la feísima ciudad de Uyuni para conocer el salar más grande del mundo, pero a nosotros nos parecía empezar por el postre, por lo que decidimos hacerlo al revés.

Ir contracorriente tiene sus ventajas. En lugar de viajar seis personas en un jeep, si lo contratas desde Tupiza tienes la suerte de viajar sólo cuatro y poder estirar algo las piernas. Encuentras muchos menos guiris por el camino, lo que sin duda suma encanto al paisaje, y tienes el privilegio de viajar con una cocinera particular. Pero sobre todo, empiezas a entrar en calor con paisajes desérticos que recuerdan al cañón del Colorado y grandes rebaños de llamas. ¿Sabías que las llamas hacen grandes círculos con sus propias heces y lo utilizan de colchón para calentarse?

Todo comenzó en Tupiza. Nada más pisar este pequeño pueblo boliviano, fue empezar a quitarse ropa... Un clima cálido nos dio la bienvenida, y ya en tirantes nos acercamos a la oficina de Tupiza Tours para ultimar preparativos, pues la única manera de llegar a Uyuni es en auto. Con intención de compartir gastos, contratamos un tour de cuatro días con dos desconocidos que, por mucho que imaginamos como serían, nunca llegamos a pensar que fueran tan fantásticos como Catalina y Guillermo (no los de Inglaterra, sino dos salvadoreños de nacimiento asentados en Los Ángeles).

Dicen que la suerte no es suerte, sino una devolución de algo bueno que hiciste en el pasado, sea como sea, todas las energías positivas del mundo decidiron juntarse en ese 4x4 conducido por el gran Wilmar. Las largas horas en coche fueron amenas y divertidas, con pequeños parones para visitar grandes maravillas totalmente desconocidas por el mundo. Quizá en otros países Bolivia sea un destino turístico habitual,  pero yo jamás había escuchado hablar de la laguna verde, y fue verla y abrir la boca...

Tras casi 10 horas de coche, tocaba alojarse en un modesto albergue situado en mitad de la nada. Compartíamos habitación con Catalina y Guillermo, pero ya eran como amigos de toda la vida, por lo que no había reparos a la hora de ponerse el pijama (claro que, con esas temperaturas bajo cero, no hubo muchos destapes...).

Al día siguiente conocimos lo que era el bórax, un detergente natural bastante tóxico, que podía confundirse fácilmente con un salar, o un campo nevado. También visitamos el desierto de Dalí, nombrado así por recordar a una famosa pintura del chiripitiflaútico pintor catalán, aunque a mí me faltaron relojes, trozos de carne muerta y teléfonos langosta... Hicimos parada también en un pueblo fantasma con leyenda de miedo, y en los famosos géiseres, que ya pueden fardar de haber quemado el pinrel a más de un guiri osado.

Pasamos los días así, entre lagunas y flamencos, baños en termas en mitad de la nada, noches en hostales de sal... El tiempo volaba y nuestro objetivo estaba cada vez más cerca...

Y llegó el día de partir hacia el salar más grande del mundo. Madrugamos y para las 5.30 nuestros pies fueron los primeros en pisar la isla Incahuasi ese día. Desde lo alto, tuvimos el privilegio de estar solos, viendo amanecer sobre el salar de Uyuni, y el momento fue casi mágico. Hasta que empezaron a llegar hordas de turistas, claro, la mayoría civilizados, pero algunos muuuy gritones. Supimos que era el momento de retirarse.

Desayunamos al aire libre, con gorro, bufanda y guantes, y eso que no era invierno... Con la tripa llena, caminamos por el salar, nos tumbamos, lo tocamos... incluso nos animamos a probar cómo sabía. A Canelón le pareció una sal digna para un buen chuletón, semejante a la carísima Maldon.

Creo que todo el mundo que visita el salar tiene las mismas fotos, no vamos a ser originales en ésto... ahí va la típica instantánea del salto:

Claro que, también nos pasó algo terrorífico que no sé si contar, porque no quiero asustar a mis sobrinos, pero bueno, ¡Danele y Martin, solo fue un susto, estamos bien! (Emma todavía no se entera). Estábamos sacando fotos tranquilamente, cuando apareció un gran tiranosaurus Rex de la nada que quiso zamparnos como desayuno, tenía unos dientes enormes pero pudimos escapar gracias a que vuestro tío Canelón le tiró una gran bola de sal a los ojos... Buffff, ¡por poco nos devora!

Nos hubiera gustado caminar por el salar durante horas, pero los cuatro días llegaban a su fin, es una pena que siempre todo se acabe. Antes de decir adiós, teníamos que visitar un cementerio para subirnos a un tren. Ahora sí, se acabó lo bueno. Así es la vida...
DATOS PRÁCTICOS:
- Tour de 4 días con Tupiza Tours, todo incluido, 1500 bolivianos.
- Recomendamos llevar ropa de abrigo, a las noches refresca muchísimo. 
- Es recomendable llevar saco de dormir.
- Una opción muy apetecible es alquilar un coche y hacerlo por cuenta propia, aunque el camino no está bien señalizado.
- Una vez en el salar nos enteramos que puede recorrerse en bicicleta, ¡gran idea!

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jueves, 18 de septiembre de 2014

EN LAS ENTRAÑAS DE LA MINA DEL CERRO RICO, POTOSÍ

Tras nuestra aventura selvática con mordisco de piraña incluido, cogimos nuestro "avión" de vuelta a La Paz. Una vez allí, nos dirigimos a la terminal de autobuses para seguir nuestro camino hacia Potosí. El viaje de once horas en autobús fue bastante terrible, ya que la calefacción del bus estaba en modo "desierto del Sáhara" y Canela se quemaba la pierna con el aire, que parecía salía desde el mismísimo infierno. Mis piernas de garza sobresalían por todos lados, y estuve pensando durante un buen rato que la única forma de sobrellevar el viaje sería la amputación. Pero como este viaje nos está enseñando, más vale tomarse las cosas con calma, sobre todo cuando no te queda más pelotas...

Al fin llegamos a Potosí, ciudad colonial y patrimonio de la humanidad, famosa por el "Cerro Rico", la mina de plata que los españoles explotaron durante la colonia a base de sangre de indígena, para mayor gloria y enriquecimiento del imperio. Esta ciudad llegó a tener más población que Londres o París en su época, y se dice que con toda la plata que se extrajo se podría haber construido un puente desde aquí hasta Madrid...
Por tanto, aparte de pasear por sus tranquilas calles, viendo algunos edificios de más de 300 años de antigüedad, nuestro principal objetivo era adentrarnos en la mina y poder vivir por un par de horas lo que actuales y antiguos mineros tienen que hacer para conseguir extraer ese metal tan preciado. Tras ver varias opciones, nos decantamos por una agencia que está gerenciada y guiada por antiguos mineros. Al llegar al día siguiente a la hora concertada, nos dimos cuenta que aquello estaba bastante plagado de guiris de todos los países, lo que nos extrañó ya que había agencias mucho más lujosas. Algo había detrás de tanto extranjero, y tras examinar bien la pequeña oficina, nos percatamos que venía recomendada en la Lonely Planet. Y como bien sabréis, allá donde esta biblia viajera señale, allá que se peta de turistas...

Con este panorama empezamos el tour, siendo once guiris dispuestos a la experiencia, incluidos nosotros. Demasiada gente para nuestro gusto, y demasiado inglés para estar en Bolivia. El supuesto guía ex-minero era un graciosillo con el que todos los guiris estaban encantados. Desgraciadamente, nosotros queríamos vivir la experiencia de una forma más tranquila y auténtica, por lo que la excursión no empezaba del todo bien....

Nos dirigimos al mercado de los mineros, donde desayunan y compran su alcohol, dinamita y bolsa de coca con la que poder trabajar y aguantar sus horas sin comer. Nosotros compramos un par de bolsas, una para regalar y otra para aguantar la altura, ya que Potosí está a 4.000 metros.

Tras esto, nos fuimos al lugar donde nos daban todo el equipamiento para visitar la mina (botas, buzo y casco con linterna). Fue aquí donde se nos abrió el cielo, ya que allí estaba Beto, un minero que estaba comenzando con las labores de guía. Solamente hablaba español y quechua, por lo que fue la excusa perfecta para escaparnos del guía graciosete y los otros nueve angloparlantes. Acabábamos de conseguir nuestro tour privado...
Nos adentramos con Beto en la mina, a 4.200 metros de altura, y nada más entrar, pensé si estaba bien de la cabeza. Andábamos por túneles de no más de 1,20 metros de alto, a oscuras y con agua por el suelo, y por un momento pensé en abandonar y darme la vuelta, ya que estar dos horas bajo tierra y cruzar la montaña me parecía una locura. Pero pensé en todos los mineros que han trabajado allí, los que aún trabajan y todos los que han muerto, y me forcé a seguir adelante. Canela, metida en la piel de minera hasta el fondo y gracias a su menor estatura, se desenvolvía bajo tierra como pez en el agua. Ya bien adentrados en la mina, Beto nos explicó cómo se extrae el mineral actualmente, con muy pocas o ninguna medida de seguridad, y tirando de mano de obra para prácticamente todas las labores. El único avance respecto a hace 400 años era un martillo hidraúlico, pero muchos mineros, al trabajar solos, no lo podían utilizar. Ahora mismo la mina es llevada por diferentes cooperativas, por lo que, tras cinco años de trabajar para otro minero, haciendo los trabajos más ingratos y peligrosos, te dan la opción de asociarte pagando un dinero, y de esta forma consigues tu veta de mineral para explotar. Estuvimos hablando con varios de ellos y les regalamos las bolsas de coca que habíamos llevado, que agradecieron enormemente. Al decirles "buenos días" nos contestaron que no, que ahí no existen los "buenos días", sólo las "buenas noches"...
Por último, tras prácticamente reptar por mutltitud de túneles y subir unas cuantas escaleras para cambiar de nivel, llegamos a la estatua del Tío Benito. Es un demonio con un gran falo, con el que los españoles asustaban a los indígenas, haciéndoles creer que si no trabajaban se los llevaría con él al infierno. Actualmente es una especie de Dios minero, al que ellos hacen ofrendas, principalmente de hoja de coca y alcohol de 96°. Yo, a instancias de Beto, le ofrendé un Camel y se lo fumó hasta el filtro, lo que significa que le caí en gracia....
Tras esto, poco a poco seguimos avanzando, parándonos para hablar con Beto de vez en cuando, y al fínal, tras más de dos horas en oscuridad, humedad y vapores tóxicos, vimos la salida. Os puedo asegurar que fue un momento de felicidad increíble. Y es que, después de esta experiencia, uno toma todavía más conciencia de lo duro y peligroso que es este trabajo. Buenas noches.

Este post está dedicado a los más de nueve millones de mineros que han perdido su vida en la mina del Cerro Rico.

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miércoles, 10 de septiembre de 2014

EL DÍA QUE UNA PIRAÑA CASI ME ARRANCA UN DEDO...

Tras despertarnos a las cinco de la mañana, desayunamos con ganas y nos dispusimos a volver río abajo hasta Rurrenabaque, donde cogeríamos un coche que nos llevaría hasta la zona de las Pampas. Ver amanecer en nuestro barco mientras la selva se desperezaba de sus brumas mañaneras fue un espectáculo increíble.

Ya en el coche, como la relación de los cinco magníficos iba viento en popa, decidimos mascar un poco de hoja de coca para quitar el cansancio y reforzar nuestros lazos de amistad. El bueno de David parecía un hamster con su "bolo" en un lado de la boca, siempre sonriendo y contándonos historias y anécdotas de su pasado selvático. Una vez en las pampas, vimos que el paisaje cambiaba completamente. Era una planicie inundada y mientras nos dirigíamos a nuestro nuevo campamento, no paramos de contemplar caimanes, tortugas, aves prehistóricas y algún que otro capibara, el roedor más grande del mundo.


Tras el almuerzo, fuimos en lancha en busca de monos, y ya de paso nos bañamos junto a los famosos delfines rosados. Evidentemente, también había caimanes y pirañas, pero lo que más me preocupaba era orinarme en el agua y que me entrara un pez de esos que se aloja en la uretra, ya que luego te tienen que sajar el pito para poder sacarlo. Y ésta es una de mis extremidades preferidas...
¿Dónde está el caimán?

Ya de vuelta en el campamento cenamos algo y, por ser la última noche juntos en la selva, nos pusimos tibios a cervezas y a alcohol de 96°, que es muy común en Bolivia. Es apto para el consumo humano (o eso pone en la botella), y normalmente lo diluyen en un poco de agua. Cuando se terminó la botella, le dimos fuego al alcohol que llevábamos en el botellín. Como para que el cerebro se nos derritiera... Fue una noche memorable en todos los sentidos.

Al día siguiente tocaba "anacondear", es decir, ir en busca de la anaconda. Nos calzaron unas katiuskas hasta las rodillas, pues había que meterse en pleno fango, pero antes, íbamos a intentar pescar unas pirañas rojas en el río para que nos sirvieran de almuerzo. Y vaya que si lo hicimos, picaban como locas y había que ser bastante rápido para engancharles el anzuelo.
Pescando pirañas...

En una de éstas (ya en modo selvático total), estimé que la piraña que acababa de sacar debía volver al agua, ya que era un poco más pequeña que las demás. La agarré con mucho cuidado por las agallas y justo cuando la iba a lanzar de nuevo al agua, se revolvió a una velocidad nunca vista por el ojo humano y me pegó un mordisco de los que hacen historia.

Noté cómo sus dientes, como una sierra perfectamente ensamblada, se me clavaban en el dedo. Afortunadamente no se llevó nada consigo, pero el dedo empezó a sangrar abundantemente. David, a toda velocidad, rasgó su camiseta de cinco días en la selva y me hizo un torniquete. Volvimos a toda mecha al campamento, donde me curó la herida y nos comimos a las pirañas fritas. Incluida a la salvaje esa...
Los dientes de la culpable. Al final acabó en la sartén...

Una vez de vuelta en Rurrenabaque, nos fuimos a tomar un par de cervezas con Damien y Julien y volvimos a examinar la herida. Coincidimos en que la avería merecía ser vista por un médico. Coincidencias de la vida, en el bar en el que estábamos había un par de médicos americanas que me recomendaron ir al hospital, ya que tenía toda la pinta de que unos puntos no me vendrían nada mal.

Fue así como acabamos en el hospital de Rurrenabaque, en la zona de emergencias, que parecía un hospital de guerra, con poca luz y todo lleno de manchas de sangre por el suelo. La doctora boliviana fue muy diligente, me enchufó una buena dosis de anestesia en el dedo para que no sintiera nada. Limpió bien la herida y me cosió cinco puntos en el dedo para que pudiera volver a señalar en línea recta. Y para finalizar, me inyectó una jeringa de penicilina para caballos en el culo, lo que me dejó mucho más tranquilo. Fue un viaje a la selva que nos dejará cicatriz para toda nuestra vida, nunca mejor dicho...

Por lo tanto amigos y amigas, un último y humilde consejo: ¡Nunca, jamás, se os ocurra tocar una piraña!

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